La asignatura dentro del itinerario
El primer semestre del 3er año de carrera, dentro del itinerario de Proyectos transdisciplinares, se articula en dos partes relativamente diferentes. Una de ellas –a cargo fundamentalmente de Mª del Mar Caballero– tiene un carácter más procedimental y la otra –fundamentalmente a mi cargo– tiene un carácter más, por entendernos, conceptual. Por entendernos mejor, una está más orientada hacia la producción de obra plástica susceptible de ser exhibida en un cubo, blanco o negro (y ya sabemos que estos cubos se han expandido a un punto que hace improbable que “la obra” tenga por detrás una hembrilla), y la otra está más orientada a generar el tipo de suplementos que permiten que esa obra colgada en un cubo reverbere más allá de mismo. Llamaremos a esa técnica de generación de resonancias en torno a la obra para amplificar su contenido “investigación artística”. Dado que yo me dedicaré fundamentalmente a esta parte, tengo cierta tendencia a pensar que es la más importante. Sin duda, esto es discutible, pero lo que resulta indiscutible es que, para aprobar la asignatura, no servirán las “resonancias”, que podrán conducir al sobresaliente solo sí previamente se ha alcanzado el notable mediante la producción de una obra que se pueda hacer resonar.
En conclusión, en esta asignatura, el primer y principal “ejercicio” será la continuación y maduración del proyecto de creación autónoma iniciado el curso anterior. Aunque también se les solicitará que lo adapten y contextualicen dentro del marco concreto de la asignatura, que pasamos a definir.
Dedicaremos tiempo a definir esos dos términos pero, por entendernos, piensen que si la Introducción a la creación se acercaba a lo que convencionalmente entendemos por “escultura” (todo lo expandida que se quiera, no debemos ignorar que estamos en un itinerario transdisciplinar), este curso transitará por el espacio de la “pintura” (no menos expandida). De entrada, entenderemos por pintura lo que los anglosajones llaman picture, es decir, una imagen (que esté en lugar de algo) actualizada (en todos los sentidos de la palabra) en un plano (también en muchos de los sentidos de la palabra).
En conclusión, se le solicitará al alumnado que haga transitar su proyecto por el plano de la representación, un amplio territorio que jalonaremos con algunos conceptos que definirán nuestro espacio de trabajo: historia, anacronismo, archivo, memoria, género, “como si” (als ob), imagen dialéctica, pintura, representación…
Jacobus Vrel. Interior con mujer peinando a una niña, c.a. 1654-1662. Óleo sobre tabla, 60 x 40,5 cm.
Habrá proyectos que no se puedan aplanar, y que, en consecuencia, generaran inevitables arrugas, inflamaciones o incluso llagas o grietas. Pero incluso estos tendrán que hacer notar que su inadaptación al plano es fruto de su pelea con él.
En nuestra facultad, el tránsito por la pintura suele normalizarse, es decir, las asignaturas de pintura suelen partir del convencimiento de que, en Bellas Artes, pintar es lo normal. En nuestro caso partiremos del convencimiento contrario de que la pintura tiene muy serios problemas de encaje en el espacio de posibilidad del arte contemporáneo. Partiremos de este carácter anacrónico para dos cosas. En primer lugar, para replantear las relaciones del arte con la historia, con su propia historicidad (a través del análisis del género, es decir de la “pintura comparada”) y con el origen histórico de nuestro imaginario. Eso nos permitirá interpretar dialéctica y diacríticamente nuestro presente –y, por lo tanto, restarle actualidad– gracias, precisamente, a su distancia relativa con el pasado. Por otra parte, esa diferencia significativa será la que nos permita actualizar elementos vivos de un pasado que solemos representar como “detrás” cuando, en realidad, se encuentra “debajo” de nuestros pies. La problematización de la tradición de la pintura nos permitirá entenderla no como un procedimiento o una técnica sino como un archivo o un depósito de memoria susceptible de convertirse en la “imagen dialéctica” de alguna revelación, obviamente, profana.
El espacio antes propuesto es amplio, y en él se pueden representar innumerables dramas. Pero, para evitar la dispersión o la agorafobia, propondremos para nuestro curso un personaje central –el burgués– y un relato de base –el de la construcción de la subjetividad–. Se podrían haber planteado otros, pero estos no son aleatorios: no resultaría exagerado afirmar que, desde que el arte renunció a su autonomía y quiso recuperar la utilidad de la que el modernismo había abjurado, su capacidad para coadyuvar a la creación de subjetividad ha resultado su aptitud más plausible. En Creación II y III, esta competencia se ejercitará en un plano más performativo y activista, es decir, en campos más cercanos a la praxis, por lo que no parece inconveniente que aquí la abordemos en su dimensión histórica, poniendo en perspectiva el problema que hoy nos inquieta.
Lo cotidiano es el modo de un ser que, viviendo, se reitera silenciosamente y, día a día, ahonda en sí mismo” (Humberto Giannini).
Si hoy nos preocupamos tanto por la subjetividad es porque el capitalismo de la conciencia y los afectos nos invita (en realidad, nos obliga) constantemente a representarnos, a “hacer de nosotros mismos”, al mismo tiempo que dificulta sobremanera las tradicionales formas narrativas con las que nos contábamos nuestra propia vida. Nuestra sociedad del riesgo, posfordista, líquida, tardocapitalista, globalizada, o como queramos llamarla, se caracteriza por que cambiamos más de chaqueta, de decorado, de trabajo, de casa, de ciudad, de pareja, nos desplazamos más, nos adaptamos a más circunstancias, a más papeles… Esta movilidad pone en riesgo un modo de vida, vigente hasta la (crisis de la) sociedad del bienestar, que nació hace muchos siglos, junto con la burguesía, el capitalismo y, curiosamente, con el cuadro, con la pintura de caballete, que jugó un papel extraordinariamente relevante en la creación del imaginario moderno que ahora se está desmoronando: en la “invención” del (gobierno del) hogar, de la mujer, de la higiene, del ahorro, de la educación, de la infancia, de la intimidad, de la confidencia, del reparto de lo público y lo privado, de la relación con una misma, de la familia afectiva, del pasillo, del mobiliario, del flirteo, del “currículo emocional”, de la lectura en voz baja, del ocio, de la calle, de la urbe, del paisaje… estas serán las figuras que trataremos de re.conocer en el fondo antes definido. Su deconstrucción y la de su crisis, nos habrá de permitir abordar el problema de su reconsideración en un entorno posmoderno.
Este libro de obra (no confundir con un libro de artista aunque tampoco haya que despreciar su dimensión estética) que podrá tener la forma física que estimen conveniente (bitácora, archivo, cuaderno, plano, web…), será su principal medio de interlocución conmigo pero también con sus compañeras, es decir, será el principal medio para conseguir que el estudio catalice en relaciones intelectuales y formales productivas.
Decía Foucault que un libro no es necesariamente verbal, es algo que reclama ser interpretado. Exige un código compartido entre emisor y receptor, que tiene algo que hacer. En cuanto código compartido supone una reescritura, tiene, por lo tanto, una dimensión intertextual: el texto guarda relación con-textos que activa. En cuanto tarea es un elemento de mediación, con el otro, con el mundo.